Vivir en otro país (Segunda parte)

jueves, diciembre 8

Antes de emprender el viaje estaba totalmente emocionada y ansiosa de cómo sería todo ese nuevo mundo que me esperaba. No pensaba en otra cosa que en el viaje. No deseaba otra cosa que llegar. Me decía a mi misma: trabajo de lo que sea para empezar total despúes me las rebusco. Cuando llegás con una base de idioma las cosas se te hacen un poco más fáciles, pero cuando no tenés ni una pisca del francés, ahí te quiero ver.
Me anoté en la escuela de francés para poder refrescar hasta donde yo sabía del idioma.
Hice hasta cuarto nivel y me largué. Fue muy difícil al principio tratar de entender en la calle porque el francés que te enseñan en la escuela es el franćes de Francia y fuera de la escuela la gente habla francés quebecois (de Québec).
Con el tiempo el oído se va acostumbrando al quebecois y más si conseguís un trabajo donde hablen todos en francés. Me ha tocado trabajar en lugares donde la mayoría hablaba español y eso no me ayudaba a practicar la lengua.

Lo mejor para ir aprendiéndolo bien era escuchar el mayor tiempo posible la radio y mirar los programas de noticias de acá.

Casi todos, lo que hacen apenas llegan es comprar la antena satelital para mirar TV en español, porque a veces se hace medio pesado estar las 24 hs mirando la TV sin entender nada.

Al principio cuesta encontrar trabajo y cuando estuviste todo el día empapelando la ciudad con tu CV, llega la hora de dormir y te haces millones de preguntas: estaré haciendo lo correcto?

Una vez al entrar a una confiteria, ví en el mostrador la comida que vendían: plato de fideos fríos con cosas mezcladas de colores que no sé que era. Pura dona, puro muffin, croissants gigantes que parecían de goma y nada más.

Me quería matar, en ese momento extrañaba el tostado de jamón y queso, las tartas de verdura, los choripanes, las milanesas a la napolitana, las tortillas de papas, las medialunas de manteca o de grasa, etc. Todo eso que para uno es tan rico.

Despúes me di cuenta que yendo al supermercado era más fácil.

Salíamos a caminar en verano y me preguntaba, y la gente dónde está?
Bueno, aquí es distinto. Hay más gente que pasa mayor tiempo en su casa que saliendo. Y esa costumbre no era la nuestra...

La mayoría de los que venimos de afuera no gastamos el dinero de más apenas llegamos porque hay muchas cosas en las que uno debe primero gastar y una de ellas es, alquiler, viaje y comida. Entre viajes, trámites y papeles se te va yendo la plata como agua.

Y cuesta darse esos gustos que uno acostumbraba a dárselos en su país.

La parte emotiva hacia la familia es algo muy personal. Hoy internet hace que te sientas más cerca de tus seres queridos. Hablar seguido por télefono y escuchar los gritos de todos juntos del otro lado te llena el corazón, es algo difícil de explicar. Y cuando llega una encomienda de afuera...uh que emoción.
Querés romper despacito el papel que envuelve la caja donde llegó y la mirás... y la míras... y sentís tanta emoción que es un momento tan especial, que todos están esperando al lado tuyo para que abras de una buena vez esa caja donde adentro encontrás cartitas, muñequitos, estampitas de San Cayetano, caramelos desparramados, alfajores, Mantecol, fotos, chocolates y hasta algún recorte de diario de noticias en español. Es una alegría tan grande que te quedás como tarado frente a la caja sacando de todo y queriendo leer todas las cartas juntas y ver todas las fotos al mismo tiempo. Uhh.... y el momento de abrir el primer alfajor... sin palabras.


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